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                                                    Los arrieros que cruzaban por aquellos cami-
                                                    nos tenían por costumbre arrojar una piedra
                                                    como ofrenda para conjurar el miedo a los po-

                                                    sibles embrujos y males de ojo que pudieran
                                                    acaecerles al pasar por allí. De esta forma aca-

                                                    baban conformándose montones piramidales
                                                    que también encontramos en  La Alberca.



                                                    Los aquelarres se celebraban en fechas señala-
                                                    das, cuatro meses al año, usando ungüentos y

                                                    brebajes que les inducían un estado de trance
                                                    en el que pensaban encontrarse en presencia
                                                    del maligno, a quien dirigían sus consultas y

                                                    pedían favores. Las fechas eran comienzos de
                                                    febrero, primeros de mayo, primero de agosto

                                                    y la víspera del primero de noviembre, uno
                                                    por cada estación. Curiosa coincidencia con
                                                    otras celebraciones rituales que ancestral-

                                                    mente se celebraban a lo largo de Europa, lo
                                                    que nos habla de cómo se prolongan y trans-

                                                    forman para sobrevivir, las tradiciones.


                                                    La cercanía de la cueva de la mora, y las le-

                                                    yendas asociadas al tesoro escondido en dicha
                                                    cueva, lleva a muchos a pensar en que tales

                                                    reuniones bien pudieran estar protagoniza-
                                                    das por moriscas que aprovechasen la noche
                                                    y el entorno boscoso para reunirse y recordar

                                                    y añorar la época en que el territorio estaba
                                                    regido por la Reina Quilama.



                                                    Los tesoros escondidos son un tema recurren-
                                                    te en las Sierras de Salamanca, generalmente

                                                    atribuidos a una figura de importancia social
                                                    como la mencionada reina mora o como es el

                                                    caso del tesoro del Conde Grimaldo escondi-
                                                    do bajo la desaparecida ermita de San Juan
                                                    en Santibáñez de la Sierra.
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